lunes, 12 de abril de 2010

Eternidad...


El bochorno es insoportable. A pesar de la ropa ligera un reguero de sudor me recorre por el pecho y por el cuello empapándome la nuca y asfixiándome, mojando los mechones sueltos de pelo que se quedan pegados a mi piel. Hasta respirar me cuesta y siento como si miles de mosquitos microscópicos me picaran por todo el cuerpo. Lánguida, floja, como aletargada, apoyada sobre la almohada de hilo bordado de mi cama frente a la ventana del pasillo paso lentamente hojas con letras, revistas y unas curiosas fotos... tú estás en ellas. Sólo me quedan las fotos, instantes captados de otros tiempos que ahora cobran vida al compás triste de un solo de guitarra. El calor ha inflamado más aún las venas de mis manos y me doy cuenta del tiempo que ha pasado... demasiado. Desde el ventanal abierto me llegan ruidos de la calle: griterío de niños, el golpe de una puerta, un aleteo, conversaciones anónimas que se cruzan en el aire, y esa taladradora que socaba la calle de enfrente martilleando los segundos y llenándolos de polvo, como tu empolvado recuerdo en mi atormentada memoria. La tarde es densa, dorada y pegajosa, como un higo maduro, como también aquella tarde de ya hace tiempo, en la que nuestros cruzados caminos se torcieron para siempre, en la que yo sentí detenerse la vida, atrapada como un fósil en una gota de ámbar, capturada eternamente en tu cristalizada esfera amarillenta. Ahora los recuerdos pasan ante mi como una moribunda... ¿acaso no lo soy?; mientras, yo permanezco aquí, ajena y solitaria, atrapada injustamente en esta burbuja de ámbar que es la vida. Tan solo me quedan recuerdos y el consuelo de que aún tiene que llegar el final de mi historia...

No hay comentarios:

Publicar un comentario